El agraz, la huerta y el patrimonio cultural

El agraz (Vaccinium floribundum) es un arbusto silvestre que crece entre los 2200 y 2800 metros sobre el nivel del mar en un ecosistema de suelos ácidos de ladera. En la región del Alto Ricaurte, el agraz se encuentra asociado a los bosques de robles (Quercus humboldtii) y los pastizales formando un “corredor” o transición entre ellos. Sus bayas comestibles, de valor nutricional y terapéutico son hoy muy apetecidas en los mercados urbanos; su condición de planta silvestre y de crecimiento poco difundido han generado en las comunidades rurales una actividad de recolección errante -a diferencia de otras formas productivas sedentarias en el territorio- haciendo de ella una práctica “invisible”, transgresora de límites. Para los agraceros no hay cercas, no hay propiedad privada, no hay prohibiciones ni dificultades que impidan su recolección.

Esta caracterización de planta silvestre genera la reinvención de una práctica de recolectores que da forma y textura al territorio; en torno a ella se conforman grupos y redes que tejen interconexiones e interacciones entre una forma de recolección errante con el mercado urbano. El agraz es un señuelo que invita a los pobladores a transitar entre lo erosionado y el bosque natural, entre el hogar, la parcela y el poblado; es una práctica que, comprometida con una planta silvestre y nativa, otorga un nuevo significado a las dinámicas ambientales, culturales y económicas del territorio. La huerta, atenta a las dinámicas de reproducción de semillas nativas, se interesa en acompañar esta práctica, en recoger sus huellas y narrativas en tanto emerge de una relación con el territorio y hace parte del patrimonio cultural de la región.